lunes, 25 de enero de 2010

Los Dones y La Unidad

"¿Has encontrado tu lugar en la Iglesia, Cuerpo de Cristo?

Si perteneces al pueblo de Dios, hay por lo menos dos cosas al respecto de las cuales puedes estar seguro. En primer lugar, que Dios tiene para tí un lugar que ninguna otra persona puede ocupar. En segundo lugar, que para que te desempeñes bien en tu lugar, Dios te ha provisto de dones o capacidades especiales que él quiere que uses en función de la unidad de la Iglesia. Mi base para estas afirmaciones está en Efesios 4:7-16.


En los versículos inmediatamente anteriores Pablo se refiere a la base de la unidad de Iglesia, que es Dios mismo, y exhorta a los creyentes a esforzarse por mantener “la unidad del Espíritu mediante el vínculo de la paz” (v. 3). Al llegar al v. 7 se ocupa de los dones del Espíritu en su relación con esa unidad, que es una realidad dada a la vez que una meta por alcanzar. ¿Qué se dice aquí acerca de los dones del Espíritu?

1. Jesucristo reparte sus dones a todos los miembros de su Cuerpo (v. 7).

En primer lugar Pablo afirma que Cristo ha dado dones “a cada uno de nosotros” y que lo ha hecho por su gracia. La unidad de la Iglesia no es uniformidad, sino unidad en la diversidad. Como dice el mismo Pablo en 1Corintios 12:5-7, “hay diversos dones, pero un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero un mismo Señor. Hay diversas funciones, pero es un mismo Dios el que hace las cosas en todos. A todos se les da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás”. Si esto es así, ¿cuál es tu don? ¿Eres consciente de lo que Dios te ha dado para su servicio?

2. El que reparte dones es el Cristo resucitado y exaltado (vv. 8-10).

Los dones proceden de él en su condición de Señor glorificado. Para confirmarlo el apóstol cita el Salmo 68:18, donde se hace referencia a un rey victorioso que asciende al monte de Sión seguido por una multitud de cautivos, y reparte el botín de guerra generosamente. Pero el que asciende aquí en nuestro pasaje es el Cristo resucitado, quien llena todo el universo con su presencia. Y lo que reparte desde su posición de rey victorioso no es un botín de guerra, sino dones que capacitan a la Iglesia para el cumplimiento de su misión; los dones que hacen posible que en la Iglesia comience a vislumbrarse el propósito de Dios de “reunir en él [es decir, en Cristo] todas las cosas, tanto en las del cielo como las de la tierra” (Ef 1:10).

3. Los propósitos de los dones (vv. 11-13).

El Señor glorificado otorga a su Iglesia dones que tienen como propósito último la unidad y la madurez del Cuerpo de Cristo.

a. Cuatro tipos de dones (v. 11).

Pablo destaca cuatro dones: apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros. Tanto en Romanos 12 como en 1Corintios, los dones son capacidades especiales: sabiduría, palabra de conocimiento, fe, profecía, dones de milagros, etc. Aquí los dones son personas. Lo curioso es que no se mencionen como dones a los encargados de dirigir la iglesia local a quienes se menciona comúnmente en el Nuevo Testamento: los obispos, ancianos o pastores, y los diáconos. Tal vez la razón sea que Pablo está pensando primordialmente en personas que sirven a la Iglesia en general (los apóstoles, los profetas y los evangelistas) y sólo en un sentido secundario en quienes ejercen su ministerio en la iglesia local (los pastores-maestros).

b. El propósito inmediato (v. 12).

El propósito de estos dones es equipar a la totalidad de los miembros de la Iglesia para que cumplan su “ministerio” o servicio en relación con el Cuerpo de Cristo. El ministerio no pertenece exclusivamente a los líderes de la Iglesia, a quienes se los califica de “ministros”: el ministerio es privilegio y responsabilidad de todos los miembros. La tarea principal de los líderes es capacitar a los miembros para que descubran y desarrollen los dones que han recibido del Señor para su servicio.

c. El propósito último (v.13).

Hay una doble meta: (i) La unidad. Aunque la unidad es algo dado (cf. v. 3), también es la meta que tenemos que alcanzar. Los dones apuntan a esa unidad, que es “unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios”. (ii) La plena madurez en Cristo; una nueva humanidad, “una humanidad perfecta que se con forma a la plena estatura de Cristo”. Es decir, una humanidad que ha llegado a la plena madurez, como Cristo.

4. Las consecuencias del ejercicio de los dones (vv. 14-16).

La adopción de esa meta de crecimiento pleno en Cristo tiene un doble resultado:

a. “No seremos como niños” (v. 14).

Aquí se establece un contraste entre “una humanidad perfecta” (v. 13) y “niños” inestables, “zarandeados por las olas y llevados de aquí para allá por todo viento de enseñanza y por la astucia y los artificios de quienes emplean artimañas engañosas”.

b. “Creceremos” (vv. 15-16).

Del crecimiento al que aquí se hace referencia se puede afirmar lo siguiente:

(i) Es condicionado por la práctica de la verdad en amor.(v. 15a)

(ii) Es crecimiento que tiene como meta a Cristo.(v. 15b).

(iii) Es crecimiento comunitario, de todo el cuerpo (v. 16).

(iv) Es crecimiento en amor (v. 16ª).

(v) Es crecimiento que requiere “la actividad propia de cada miembro” (v. 16b).
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